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Por: Dr. Miguel Antonio Bernal V.

La noche del viernes 11 de octubre de 1968 fue una noche larga. Todos tenían miedo: los panameñistas y sus aliados, los no comprometidos, los samudistas y hasta la Guardia Nacional. Era el primer golpe militar en la historia republicana de Panamá y nadie podía predecir cuáles serían las reacciones.  Además, se sabía poco de lo ocurrido puesto que la Guardia Nacional, suspendiendo de inmediato los derechos constitucionales, destruyó o cerró las radioemisoras que habían apoyado a la Unión Nacional”.

El párrafo precedente es tomado de la obra “Panamá Protesta 1968-1989” de Brittmarie Janson Perez, cuya primera edición data de 1993 y que es una  extraordinaria investigación y análisis de lo ocurrido durante los veintiun años de regimen dictatorial en Panamá, que debería ser de lectura obligatoria de todo panameño, desde hace lustros.

Al cumplirse -ayer martes- cincuenta y cuatro años del derrocamiento del gobierno constitucional, instalado solo 10 días antes, resulta obligatoria hacer un alto para traer al presente, no una conmemoración como ha querido el presente Gobierno, sino una obligatoria reflexión de lo que, en su momento, el Catedrático Carlos Bolívar Pedreschi, llamó “años de quiromancia y curanderismo político” [C.B. Pedreschi, Asamblea Constituyente y Realidad Nacional. Panamá 1980].

El golpe de estado de 1968 adquirió permanencia con el paso de los años y, ha llegado hasta nuestros días gracias a la constitución por ellos impuesta -hace medio siglo-, que ha terminado convirtiéndose en el ícono no solo de los golpistas de entonces y sus epígonos, sino también de muchos de los que durante un tiempo dijeron adversar la dictadura, para convertirse luego en sus espoliques y ujieres.

Las estructuras económicas, la telaraña juridica, las desigualdades sociales, la ausencia de infraestructuras de salud, vivienda y de  educación, encuentran sus raíces y capacidad de mantenimiento en la ferrea voluntad de los factores reales de poder de mantener el status quo, al tiempo que procuran avanzar en sus objetivos del cambio para que nada cambie.

Vivimos bajo un golpe de estado permanente, dado que no hemos logrado sentar las bases para encaminarnos hacia un Estado Constitucional y Democrático de Derecho. Por ello, no debemos dejar de ser exigentes en lograr la existencia de Órganos el Estado dotados de las características esenciales de independencia, transparencia e imparcialidad.

Hoy por hoy, estamos lejos de esos logros dado que, las cúpulas de los Órganos del Estado nadan en un mar de corrupción y de impunidad que ahoga las esperanzas y aspiraciones de la ciudadanía que ama la libertad, que defiende su dignidad y que no ha cedido en los principios y valores que guian hacia la institucionalidad y una verdadera constitucionalización de nuestra República.

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