Desde marzo, mi provincia Darién me abraza. Dejé la ciudad, renuncié al antiguo empleo, y vine al corazón verde de Panamá con una misión: extender la cobertura de salud primaria donde pocos llegan. Vivo solo, limpio, sin dinero por variables no controlables, pero contento y con la esperanza que pronto lleguen mis honorarios. Me acompaña una copa de Carmenere, y conmigo, yo mismo, que soy mi mejor compañía.
El cuarto de alquiler donde habito en Metetí está rodeado de árboles, de verde abundante, de esa vida que brota sin pedir permiso. Al amanecer, el canto de las aves me despierta con su sinfonía natural. Los loros, parlanchines incansables, hacen escala diaria entre las ramas cercanas, como si este pequeño rincón fuese su estación favorita. Pero lo más espectacular, y casi sagrado, es el coro profundo y grave de los monos aulladores. Desde lo alto de los árboles intercambian gritos con sus semejantes de los alrededores, en un ritual sonoro que me recuerda que estoy vivo, que la selva no duerme, que este lugar respira.
Aquí en Metetí, entre zancudos, cielos anaranjados y murmullos del monte, peso 185 libras, diez más que en la capital. ¿Culpa del vino, el plátano y el pescado? Puede ser. Pero mi presión arterial sigue fiel: 120/80. Y eso, créeme, es casi un milagro a mis 56 años, como el milagro de las Bodas de Canaán, solo que yo convierto cinco dólares en un litro de vino, porque el agua ya viene bendita desde la Potabilizadora del Rio Chucunaque.
Esta noche brindé con una copa solitaria, pero no triste. Porque aprendí que la alegría no siempre viene acompañada, a veces llega sola y sin avisar, como un viento tibio en la madrugada. Me sirvo mi Carmenere y río. Me río de los problemas, de los sinsabores, de la burocracia y de los que se amargan por lo que no pueden controlar.
Ya llevamos dos días de la Cuarta Ronda de la Estrategia de Extensión de Cobertura. Empezamos con fuerza, desde Cucunatí, aunque mi hermano del alma, mi amigo de infancia de Sambú, el Profesor Jorge Luis Murillo, el querido Vaquero Azul, como le dicen en su finca, hoy está en la ciudad capital enfrentando quebrantos de salud. Desde acá, en cada comunidad que visitamos, le mando fuerza en forma de pensamiento, en forma de copa alzada, en forma de risa.
Este artículo nació entre bromas y reflexiones, inspirado por la conversación del viernes 4 de julio en la noche en nuestro grupo de WhatsApp Coordinadora Nacional CD, donde el pasado y el presente se encontraron para recordarnos que aún seguimos de pie.
Trabajo con sentido. Me pagan por servir, por ayudar, por tender la mano. Eso llena, más que cualquier planilla. Aunque lejos de mi familia, los llevo en cada paso que doy. Porque uno no está solo cuando camina con propósito.
Así que sí, tengo diez libras de más, pero también diez razones más para agradecer. Diez brindis, diez sonrisas, diez historias nuevas de resiliencia. Porque vivir es eso: seguir caminando con alegría, incluso cuando no hay compañía. Y si hay vino, que sea en paz. Si hay silencio, que sea fértil. Y si hay soledad, que se llene de uno mismo.
Porque al final, lo importante no es cuánto pesas, cuanto tienes, sino cuánto vales después del deber cumplido.
¡SALUD!