Por: Dicky Panay

Cada vez más observo que los estrategas de las campañas apuestan a las promesas más dinero, más beneficios, más obras, más de todo para conseguir del electorado sus votos. Estas promesas alejan cada vez más a los candidatos de la realidad y los mete en un espiral desconocido cuyo resultado real, si el tribunal es transparente, se conocerá en las horas finales del cinco de mayo.

La mayoría de los candidatos promete más dinero, más obras y menos cambios estructurales de la organización del Estado y los que prometen cambios estructurales no calculan la realidad que van a recibir y mucho menos la descomposición de los procesos electorales donde el clientelismo y la manipulación mediática del poder económico es dominante en cuanto a la orientación pública de la sociedad.

Sin un diagnóstico claro de la realidad política, económica y social todos estos candidatos estarán sometidos a los vaivenes de las patologías que sufre la institucionalidad panameña, que durante este periodo han entrado en una descomposición acelerada y que ya se comienzan a observar las puntas de ese iceberg. Los dos últimos sucesos de movilización social masiva son ejemplos claros y con consecuencias visibles e impactantes que indican la necesidad de cambios estructurales profundos.

La tarea más importante es detener el espiral antidemocrático de la estructura institucional nacional: separación de los poderes públicos, legitimidad del nombramiento de los reguladores de servicios públicos, sistemas de control de los recursos públicos, proceso de auditorías sociales, rendición de cuentas y consulta ciudadana permanente. Todos estos mecanismos hoy día están debilitados por y a causa de intereses particulares que se superponen a los intereses nacionales.

Indudablemente hay problemas en el suministro de servicios públicos, algunos han llegado a niveles de desestabilización social y política como el agua, la educación y la salud y los candidatos deben expresar sus propuestas, pero el electorado para decidir quiere saber como lo van a hacer y lo más importante es saber si está en sus posibilidades reales con el escenario institucional y financiero de su periodo presidencial.

Observo que mientras más días pasan hacia el cinco de mayo más promesas aparecen. Esta realidad diariamente visible en la publicidad de la campaña es para la democracia un peligroso distorsionador porque tenemos un electorado prácticamente enviciado en el clientelismo político. La cantidad de recursos ilimitada de algunos sectores y algunos candidatos trastoca la fiesta electoral y me temo que si esto florece estaríamos votando por el dinero de la corrupción, lo que produce la ilegitimidad de la elección.

Finalmente, el “que hay para mi” se constituye en la espada que corta el cuello del desarrollo y la esperanza después del proceso electoral porque ganas el que no debe.

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