Miguel Antonio Bernal V.

“No puede haber legitimidad en la  verdadera democracia sin un continuo debate. Pero el valor y alcance del debate son mucho mayores, trascienden la política y afectan la totalidad de la existencia humana.”

La impunidad del poder político -en nuestro medio-, no cesa de fortalecerse, gracias al silencio y la debilidad de los ciudadanos. Esta debilidad aumenta durante el período electoral, por un lado, ante la atomización de que estos son objeto en las urnas y, por otro lado, el miedo, principal aliado de los poderosos para domesticarlos y paralizarlos.

La partidocracia y los medios de comunicación, aupados, apadrinados y financiados por los tres rectores del Tribunal Electoral, se encargan de desterrar el discernimiento para impedir transformar el limitado yo en el nosotros pensante y actuante, y poder así alcanzar medios y fines verdaderamente públicos.

El Diccionario de la Lengua Española nos define el debate “Controversia sobre una cosa entre dos o más personas”.  También se define el debate como:”Discusión sobre un determinado tema entre dos o más personas que se reúnen públicamente para este fin”.

En la Atenas clásica se practicaba un debate permanente, el cual con la participación ciudadana creaba así, en las asambleas comunitarias, ciudadanos libres. Hoy en día, en nuestra formación social no se promueve el debate cívico dado el temor de los factores reales de poder hacia la participación ciudadana.

Para que el debate sea libre, altruista, de interés colectivo, equilibrado y con conclusiones viables, es necesario que busque siempre preservar las libertades, controlar los poderes públicos, potenciar los valores cívicos, así como reforzar la creatividad y la innovación.

Hoy por hoy, ante la archidevaluada democracia representativa, no cabe duda que “el debate es esencial para la política e imprescindible para una real y efectiva democratización y reinstitucionalización. Cuando vemos como los “políticos candidatos”, cada vez más, hablan hasta la saciedad, pero no escucha, ni valoran.

El pasado “debate” televisado de los suspirantes a la presidencia de la República, si algo nos enseñó, es cuán lejos estamos de la conversación nacional y el proceso constituyente que exigen las actuales circunstancias.

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