Por: Miguel A. Bernal V.
En los muros del París del 68, uno de los grafitis que más me impactó, rezaba: “El pesimismo de la razón, es el optimismo de la voluntad”. Este pensamiento no ha dejado de acompañarme desde que, culminado mis estudios universitarios y de postgrado en Burdeos, regresé a Panamá, para entonces ya bajo la bota militar de la dictadura, a la que entonces llamaban Revolución octubrina.
Han transcurrido ya diez lustros desde el fatídico golpe de estado que, descoyuntó al país para hundirlo en una profunda ciénaga en la que han ido ahogando todos los valores universales de la humanidad, para con su populismo corrupto y corruptor, montar la empresa criminal que hoy se regordea aún en el poder, acompañados de los imbéciles que desuellan la Patria y asfixia, cada día más, a amplios núcleos de todos los sectores sociales y económicos que hoy se alimentan del miedo y de la ignorancia cívica.
Si la ética “es el reconocimiento de lo humano por lo humano, no de lo vivo por lo vivo”, podríamos afirmar y “repetir hasta que me entiendan” (Voltaire dixit), que en nuestro Panamá – hoy por hoy-, la fechoría política domina el escenario que no cuenta con verdaderos defensores de los valores pero sí, con muchos buenos que no hacen nada y con muchísimos “perezosos que cuelgan la hamaca en el pesimismo del bostezo”.
La obscena corrupción y su gemela, la impunidad, han logrado montar y practicar, un saqueo permanente e todo el paísy en todos los renglones de la vida cotidiana. Así las cosas, el país ofrece un panorama en el que, hasta el más optimista diagnóstico se enfrenta con una realidad que lo golpea con más fuerza que un ‘jab’ de Mano de Piedra Durán.
La epilepsia social se manifiesta cada día más y las convulsiones, aunque dispersas y esporádicas, no cesan de asomar. El buen amigo, José Salvador Muñoz, tuvo la visión de recomendar hace ya casi 30 años atrás, que Panamá necesitaba un REVOLCÓN. Quienes hoy aún duda de ello son los enemigos declarados de los principios humanistas y de la formación y participación ciudadana en los asuntos públicos.
Los hechos, siempre testarudo, se encargarán en su momento de hacer que las voluntades que buscan cambios, alcancen por fin la victoria y lancen al vertedero del desprecio a los que pisotean la dignidad ciudadana y de la Patria.