Por: Miguel Antonio Bernal V.

En la mitologia griega  Cerbero era hijo de Equidna y Tifón, y hermano de Ortro. Se llama asi,  al que guardaba la puerta del Hades (el inframundo griego) y aseguraba “que los muertos no salieran y que los vivos no pudieran entrar”. 

Hoy se  le dice “cancerbero” a la persona que cuida o vigila a otra, o a una cosa. Es el personaje que Dante Alighieri colocó a la entrada de el infierno. Un monstruo con cuerpo de dragón y cabeza de perro, al que llamó cerbero y por tener cabeza de can terminó siendo cancerbero.

Personajes con estas características hoy día han proliferado en nuestras sociedades modernas, en muchísimas de las cuales el autoritarismo crece como la sombra cuando el sol declina. Nosotros, en Panamá, no escapamos esta realidad que, en los últimos años ha alcanzado un nivel preocupante.  En efecto, la empresa criminal conjunta gobernante no ha escatimado esfuerzo en ir colocando, desde el día uno, a sus cancerberos en importantes posiciones dentro de los tres órganos del Estado y en todas las dependencias posible, con el fin de que “vigilen” y brinden seguridad  a las acciones gubernamentales de carácter anticiudadano, antidemocrático, antipopular y, sobre todo, antipatrióticas.

Basta un recorrido a vuelo de pájaro, para constatar la proliferación de verdaderos cancerberos a las puertas de todas las instituciones públicas. Desde la cabeza bicéfala del Ejecutivo y sus Ministros, sin olvidar sus cancerberos favoritos, Contralor y Procurador General de la Nación y la mayoría de sus fiscales. Le siguen en ese rol los diputados de la Asamblea Nacional y, en el Judicial, desde los Magistrados hasta una cantidad elevada de jueces y funcionarios. Quienes más sufren de las acciones de los cancerberos, son nuestras libertades, derechos y garantías fundamentales que a diario se ven conculcadas sin reparo alguno.

Un lugar privilegiado en el escenario actual ocupan, claro está, los impolutos magistrados del Tribunal Electoral, cuyas actuaciones aseguran que, en las elecciones venideras, los muertos salgan a votar y los vivos se puedan contar de más. Basta una lectura superficial del padrón electoral para danos cuenta del abultamiento de votantes en numerosos distritos, como lo demuestran los casos de SanFelipe, San Miguelito y Bocas del Toro.

Solo la accion ciudadana, colectiva y comunitaria, podría poner un control  real frente a este comportamiento del autoritarismo en boga. Es por ello, entre otras muchas razones, que se impone la necesidad de seguir abogando por un proceso constituyente originario que respete la participación ciudadana en todos sus pasos.

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