Por: Miguel Antonio Bernal V.   

En una formación social como la nuestra, dónde se ha perdido la autoridad de los principios y se han desviado los principios de la autoridad, los carnavales testimonian – de manera elocuente- el derrumbe de todas las estructuras tradicionales que otrora sirvieron de norte a los sectores mayoritarios de la población.                       

En efecto, aunque muchísimos sectores, de lo que queda como sociedad, no lo quieran ver así, ese derrumbe es también el de principios fundamentales como la libertad y la justicia que se expresaron un tiempo atrás, bajo la forma de relaciones sociales y de instituciones.              

La ausencia de un mínimo común denominador, que impulse la voluntad ciudadana a encaminarse hacia un sistema en el que la balanza no esté exclusivamente inclinada a favor de lo arbitrario, de lo autoritario y, -si parpadeamos-, de lo tiránico y totalitario.               

Perdidas, extraviadas y secuestradas están, desde hace ya más de   cinco décadas, las virtudes políticas y con ellas, el amor y el sentimiento por la igualdad ante la ley, así sea como excepción, en el mar de desigualdades impuestas.                   

En Panamá el abandono de las libertades no cesa de crecer, mientras el libertinaje se empodera en todas las estructuras, de la mano del despotismo que manipula todos los Órganos, en los que se nos dice que está separado el gobierno del Estado.   

Hemos querido olvidar que “una democracia gobernada según las decisiones de la mayoría, pero dónde la ley no hace los contrapesos, es tan despótica como una autocracia”.                   

La aparente satisfacción que las mayorías ciudadanas y, muy especialmente la mayoría de los intelectuales del patio, comparten con el autoritarismo y el despotismo imperante contenido en el estatuto constitucional impuesto, facilitan el desmantelamiento de las libertades públicas, el pisoteo cotidiano de las garantías judiciales y el imperio de los más deleznables vicios electoreros que desfiguran la participación ciudadana.                  

Entrados ya en la vorágine electorera, no debe de haber cabida para las sorpresas, aún cuando sobrarán los sorprendidos pues en su papel de espectadores, han empezado ya en convertirse en los primeros cómplices del entorno tóxico que sirve de alimento al fraude que tienen ya, instrumental izado.     

Al ceder las libertades su espacio al autoritarismo, solo un patriótico y democrático proceso constituyente, evitará el desvanecimiento de  la ardiente esperanza de mejores días. 

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