Por Carmen Boyd Marciacq
(Directora)
Desde que me acuerdo, y mire que ya han pasado varias décadas, desde aquel 23 de septiembre de 1985, cuando inicié mis pininos periodísticos en El Siglo, los diputados, o legisladores, como se les decía hasta hace poco, eran una clase privilegiada. Una casta, casi unas vacas sagradas a las que había que venerar, sin osar siquiera atreverse a decirles sus verdades.
Desde ese 1985, a la fecha han pasado 39 años en lo que desde la Asamblea vimos, diputados enfrentándose públicamente para luego en el Salón Azul, Chanchoré, o un buen restaurante alzar las copas y celebrar el show dado a los espectadores, también hemos visto negociados, torcederas, matraqueos, cuartitos de “descanso”, tráfico de influencias, negociado con exoneraciones de autos, privilegios innecesarios y no ganados, nombramientos por amiguismo, planillas secretas, CEMIS y no CEMIS y un sin fin de actos de corrupción y falta de transparencia.
Hemos visto como ciertos legisladores practicaban de manera eficiente el arte de presionar al Ejecutivo de turno, para lograr más partidas, jugosos contratos y beneficios de los cuales en su mayoría no terminaban en beneficio del circuito y el electorado que los eligió, creyendo que serían la panacea a sus males.
Ahora, heridos en una disfrazada dignidad, y porque el mandatario de la Nación, se atrevió a llamar las cosas por su nombre, se sienten aludidos y “ofendidos”, ante la frase dicha por el ciudadano José Raúl Mulino Quintero:” no voy a pagar rescate por el secuestro de esa ley refiriéndose al proyecto de Ley de.la CSS.
Y es que poco se conoce en relación a la participación ciudadana en la Comisión de Salud, Trabajo y Desarrollo Social de la Asamblea Nacional y en su lugar han surgido propuestas por parte de diputados, sin sustento matemático, actuarial, económico ni sus resultados o propósito.
Lo que si se sabe, es que las discusiones y reuniones a puerta cerrada han servido para que algunos ministros que estoicamente han estado dando la cara en este tema, hayan escuchado las letanías y lamentaciones de la necesidad “urgente e imperiosa” de aumentarle el presupuesto a la Asamblea, las partidas a los diputados, y un rosario de quejas, que todas terminan en lo mismo: Plata y más plata. Una que otra obra en los circuitos como para justificar el cargo y ver si haya posibilidad de reelegirse en el 2029, y si no, por lo menos quedar económicamente asegurados.
El que se pica, es porque ají come reza un dicho y si algunos diputados “indignadísimos” han salido a rasgarse las vestiduras, sepan que por esta vez, bien dicho está, el refrán de nuestros abuelos…
Al que le caiga.el guante, que se.lo plante