El Continente ha virado bruscamente hacia una izquierda populista que hace tiempo decidió olvidarse de las insurrecciones y ampararse en elecciones libres para obtener el triunfo, apoyada en la confrontación. Objetivo inicial: cambiar la Constitución para quedarse indefinidamente en el poder. Algunos más radicales que otros, tienen algo en común: no creen en el Estado de Derecho, ni en las libertades, y usan el discurso de odio para someter a la disidencia, cambiar la estructura fundamental del Estado y amedrentar a la empresa privada.

Por:  Hugo Santaromita

Cuando Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela en 1999, reactivó el plan continental que Fidel Castro había desarrollado para expandir el comunismo en América Latina. La llegada del teniente coronel venezolano fue el detonante que provocó un estallido de inmensas proporciones en la región, apoyado por su brillante oratoria y por los precios del petróleo, que permitieron al régimen de Chávez financiar e introducirse estratégicamente en los gobiernos de izquierda del continente y en los movimientos populares.

La escalada populista de izquierda que vive hoy América Latina es el resultado del impulso tomado por Chávez al crear una franquicia llamada “Socialismo del Siglo XXI”, considerada la segunda parte del movimiento insurreccional castrista en la Cuba de 1959. En esta ocasión, vista la evolución de los sistemas democráticos, el viejo comunismo desechó la vieja insurrección militar y decidió participar en elecciones y así llegar al poder amparado por promesas de reivindicación y discursos de confrontación que le han dado excelentes resultados.

Foto cortesía.

Hoy América Latina es el resultado de esa incubación que inició Chávez y se extendió luego con la llegada de Lula en Brasil y la consiguiente creación del Foro de Sao Paulo. Durante esos años, Lula se convirtió en el cerebro de la izquierda en la región, mientras que Chávez fue el operador político que se metió en las entrañas de los gobiernos latinoamericanos, comprando conciencias y estableciendo alianzas, donde el eje fundamental era el financiamiento a distancia y el secretismo cómplice.

El Socialismo del Siglo XXI incorporó una forma disfuncional de manejo de los gobiernos, creó vicios que le provocaron grandes daños al Estado de Derecho y a la libre iniciativa, tanto política como económica, lo que derivó en un daño social irreparable debido al carácter autoritario y represivo de muchos gobernantes de esta corriente ideológica.

El avance de la izquierda populista en la región es alarmante. El hecho de que ahora los populistas de izquierda hayan decidido participar en elecciones, es doblemente peligroso para los países, porque llegan al poder legitimados por el proceso electoral y por el apoyo de las mayorías, pero luego, cuando se instalan en el gobierno, suelen iniciar los cambios estructurales para perpetuarse de manera indefinida en el poder.

El paso siguiente es llamar a una Asamblea o Convención Constituyente para cambiar la Constitución, cambios éstos que generalmente se patentizan en la medida de sus ambiciones. El primero: lograr gobernar indefinidamente o al menos con reelección indefinida; luego, inmiscuirse y robarles autonomía a las instituciones para ponerlas a su servicio y, finalmente, modificar la estructura de producción de bienes y servicios, expropiando empresas, y tomando los medios de comunicación. Así, al menos ocurrió en Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Resulta preocupante que nuestro subcontinente se ha teñido de rojo de manera acelerada. Después de que Cuba, Venezuela y, más recientemente, Nicaragua, se erigieron como el modelo de la izquierda radical, otros países han logrado colocar gobernantes de esa tendencia política buscando tímidamente cambiar la estructura del Estado para su propio beneficio. El ejemplo más palpable ha sido el de Gabriel Boric, en Chile, cuya reciente propuesta de reforma constitucional resultó en un rotundo fracaso. Lo mismo hizo Evo Morales en Bolivia con la diferencia de que éste logró transformar al país en un “Estado Plurinacional” con dudosos resultados. Hoy en Bolivia se respira una profunda división entre los partidarios de Evo, representados en el presidente Arce, y los opositores que cada día se aglutinan con más fuerza.

¿Por qué avanza la izquierda?

El teñido de rojo del continente tiene su explicación: la relajación progresiva de los Estados Unidos respecto a América Latina. Washington ha preferido ocuparse de su conflicto con China, del control de la OTAN y de su rol en el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, con lo cual América Latina quedó privada del apoyo del hormigón armado norteamericano, provocando que se deslice velozmente hacia la izquierda.

Foto cortesía.

Las recientes negociaciones entre Washington y Caracas intercambiando presos políticos, a cambio de negocios, más la visita de empresarios norteamericanos a La Habana, hacen pensar que se hace necesaria la muy criticada presencia de Estados Unidos en América Latina, para evitar la marea roja que hoy tiene lugar en la región.

Ya hoy no marchan marxistas ni maoístas sino gente que busca espacios de participación, ya sea por la ausencia del contrapeso estadounidense, o por el rechazo a la injerencia de éste en la región. Ni siquiera Chávez se declaró abiertamente comunista ni elevó la bandera de Marx sino la de Bolívar, un líder justamente opuesto a la izquierda pero que siempre ha cautivado por sus ideas de reivindicación.

Cada uno de los países, catalogados formalmente en el bloque de izquierda: Bolivia, Venezuela, Perú, Colombia, Chile, Argentina, Nicaragua, Honduras y México, aunque teñidos de rojo con distinto grado de intensidad, han llegado a esa situación por el mismo motivo. Lo curioso es que estos gobiernos, a pesar de los cambios estructurales que han realizado, no tienen ninguna intención de abandonar la senda capitalista sino establecer alianzas con el capital para seguir dilapidando recursos y perpetuarse en el poder.

Los únicos dos gobiernos que mantienen estrechas relaciones de cooperación son Venezuela y Cuba, un intercambio que se inició en la era de Chávez y se mantiene en el régimen del cuestionado Nicolás Maduro. Distintos contextos, un único fin.

Por otra parte, la victoria del Gustavo Petro en Colombia termina de inclinar la balanza política hacia la izquierda en el continente. Desde México hasta la Argentina se conforman gobiernos de izquierda corruptos, pero sin ningún factor aglutinador como lo fue el de Hugo Chávez, pero el punto de inflexión fue la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México en julio de 2018. En su tercer intento de lanzarse a la presidencia, el líder de Morena logró suceder a Peña Nieto con un resultado arrollador. Ese mismo año, fue también el año en el que Nicolás Maduro fue reelecto en unas polémicas elecciones presidenciales tras las que la oposición y muchos países anunciaron que no reconocerían los resultados. En Venezuela, Maduro perpetúa desde 2013 el legado del régimen de su predecesor, Hugo Chávez, con resultados económicos mil veces peores que los del teniente coronel.

Caso Brasil

En Brasil afortunadamente la izquierda no se ha atrevido a cambiar la estructura del Estado. Lula, un ex sindicalista y obrero, que llegó al poder con el Partido de los Trabajadores, vuelve con fuerza, desafiando al actual presidente derechista Jair Bolsonaro, con una gran porción de las preferencias a su favor. Lula está lejos de cambiar las cosas al estilo de Chávez en Venezuela, pero podría meterle la mano a la economía de manera imprudente, tal y como lo hacen muchos fanáticos de la estatización de empresas.

Lula fue considerado un político muy popular hasta que su estrella pareció apagarse tras ser declarado culpable en dos casos de corrupción, por los que fue condenado a ocho y 17 años de prisión respectivamente.  En total, pasó 580 días en la cárcel entre 2018 y 2019. La condena dictada por el juez Sergio Moro en 2017 lo apartó de la carrera presidencial en laque tenía previsto participar al año siguiente.

El inestable Perú

El Perú merece un análisis aparte, debido principalmente a que ha sido un país con una terrible inestabilidad política cuyo resultado es el récord de cinco presidentes en cinco años: Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, Manuel Merino, Francisco Sagasti y Pedro Castillo. Este último fue electo en 2021, apoyado por el movimiento Perú Libre, una agrupación que mezcla elementos socialistas y reivindicaciones campesinas, pero la realidad es que Castillo ha sido cuestionado por su poca capacidad para afrontar los verdaderos problemas sociales del país ni para llevar adelantes las reformas necesarias.

Afortunadamente no tiene la fuerza que podrían tener otros gobernantes de su tendencia ideológica para cambiar la estructura del Estado, aún así se esperan años duros para el Perú.

Chile y Boric, patéticos

El caso chileno es menos que patético. Después de un contundente triunfo sobre el derechista José Antonio Kast, la popularidad del socialista Gabriel Boric cae del 50 por ciento al 36 por ciento en pocos meses de iniciado su mandato. La contundente derrota en las urnas de su proyecto de nueva Constitución, lo llevó a anunciar ajustes en su gobierno y llamó a tender puentes con la oposición en el Congreso. De esto se deduce que el socialismo propuesto por Boric no pretende realizar un proceso radical como el que experimentó Venezuela con Hugo Chávez ni mucho menos como el tribalismo mostrado por un autócrata como Daniel Ortega en Nicaragua.

Lo que más preocupa de los gobiernos de izquierda es el relajamiento en las estructuras del Estado, la obsecuente corrupción producto precisamente de ese relajamiento y, finalmente, la ejecutoria de la política económica y la afectación que ésta pudiese tener sobre la empresa privada.

El fracaso argentino

En la Argentina, un país que nunca se incorporó formalmente al Socialismo del Siglo XXI ,pero que estableció alianzas oscuras con Hugo Chávez desde los tiempos de Néstor Kirchner, el gobierno de Alberto Fernández no ha sido precisamente el más transparente.

Tras el paso del derechista Mauricio Macri, Fernández recoge la bandera del kirchnerismo y pone a funcionar una maquinaria populista de proporciones gigantescas y nefastas. La inflación proyectada para 2022 alcanzó un acumulado del 36,2 por ciento, y de un 64 por ciento desde junio de 2021 a junio de este año. Argentina va por el mismo camino que Venezuela y registra un IPC acumulado del 72% durante los doce últimos meses.

¿Resultado? La aparición de un neoliberal como el economista Javier Milei, quien promete arrasar con el aparato kirchnerista y con la llamada casta de corruptos.

Maduro y el desastre

En Venezuela, Maduro ha creado un estado disfuncional donde solo una minoría de enchufados disfruta del poder adquisitivo que no tiene el 90 por ciento de la población. Un país hasta poco el más próspero de América Latina, que ha adoptado el dólar como moneda de facto, fue destruido progresivamente por un proceso radical de expropiaciones de más de 6,000 empresas, grandes y medianas, con lo cual acabaron con el aparato productivo del país.

Chávez, en su creencia de que podría sobrevivir vendiendo petróleo a un mercado cautivo, optó por cercenar a todos aquellos empresarios que él consideró enemigo de su “revolución”. El resultado de estas políticas socialistas radicales es que la industria petrolera fue reducida al máximo y hoy en día Venezuela produce a duras penas unos 400,000 barriles diarios de petróleo, luego de haber experimentado cuotas por encima de los 3,000.000 de barriles diarios. Maduro continuó con la destrucción hasta el punto de que ha producido el éxodo de poco más de siete millones de venezolanos en busca de mejor calidad de vida.

Colombia: incertidumbre

Colombia es una incógnita. Hasta el momento, Gustavo Petro no ha anunciado cambios radicales en su gobierno, a pesar de sus estrechas vinculaciones con la guerrilla en ese país.

En tiempo récord la des favorabilidad del presidente Gustavo Petro pasó de 20 puntos porcentuales en agosto de este año a 40 en octubre, mientras que su imagen favorable cayó 10 puntos, al pasar de 56 a 46 puntos en el mismo periodo, según la encuesta de Invamer.

Miles de manifestantes tomaron las calles de las principales ciudades de Colombia en rechazo al proyecto de reforma tributaria de Petro en medio de una fuerte devaluación de la moneda local frente al dólar, que llegó a 5,000 pesos por dólar. Ahora, que con Petro, Colombia termine como Venezuela es muy difícil si se compararan los contextos de ambos países. La confrontación política, sin embargo, podría agudizarse y generar inestabilidad del gobierno, política y económica.

El tribalismo de Nicaragua

Pero referirse a Nicaragua es cómo hablar de una novela de terror. Él y su esposa, Rosario Murillo, manejan el país bajo puño cerrado. Factores como el abuso de poder, control discrecional de las empresas y la nula presencia del Estado de Derecho, marcan el signo de esta dictadura, una de las más represivas, con una dictadura que practica una especie de feudalismo socialista. La represión de Ortega comenzó en 2018 para acabar con una ola masiva de protestas que contó con el apoyo de estudiantes, profesionistas de la clase media y muchos ex miembros de su propio partido político sandinista.

Entre los 180 presos políticos que todavía languidecen en El Chipote y otros lugares, se encuentran políticos que tuvieron la temeridad de considerar ser candidatos opositores a Ortega en su reelección amañada de 2021.

Tras 14 años en el poder, Ortega, impopular y cada vez más aislado de la sociedad nicaragüense en su residencia privada, parece determinado a evitar toda competencia electoral verdadera. Los cinco candidatos presidenciales que siguen en la boleta con él son políticos poco conocidos que tienen una historia de colaboración con el gobierno, una práctica similar a la implementada por Maduro en Venezuela. Pocas personas en Nicaragua los consideran desafíos genuinos para Ortega.

La Honduras de Castro y Zelaya

Un último caso en esta lista de gobiernos que han teñido de rojo el mapa es Honduras, donde Xiomara Castro, esposa del ex mandatario Manuel Zelaya, se impuso con el 51,12 por de los votos. Se recuerda que Zelaya, un abierto admirador de Hugo Chávez, fue derrocado el 28 de junio de 2009 y enviado al exilio. La decisión le valió al país una suspensión en la Organización de Estados Americanos (OEA). La incógnita sobre cuál será la influencia real de Zelaya en el mandato de Castro —oficialmente, él es coordinador del Partido Libre y dijo que solo actuaría como en el nuevo gobierno— hace que las comparaciones sean inevitables. Con ello, es probable que el país centroamericano quede gobernado por el modelo socialista, que podría replicar la misma estrategia del chavismo en Venezuela, si Zelaya se impone sobre su esposa Xiomara.

Epílogo

El futuro de América Latina no depende de los gobernantes, sino de sus gobernados. En la medida en que los electores entiendan que la democracia es la camisa de fuerza que los puede proteger de gobiernos autoritarios y represivos, en esa medida podrán protegerse de líderes depredadores que solo buscan el rédito electoral para llegar al poder y luego cambiar las reglas de esa misma democracia que los llevó a gobernar.

El reto en la región es crear condiciones para una mejor cultura política y una conciencia cívica que sirva de fortaleza para entender cuáles son las amenazas que pueden llegar a destruir lo que se ha construido en democracia.

El autor de este artículo es Consultor y Analista Político Internacional.

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