Mientras China está ya construyendo 150 nuevas plantas nucleares para tenerlas operativas en 2035, EEUU quiere construir 300 reactores compactos antes de 2050.
EE.UU. no se quiere quedar detrás de China. El gigante asiático planea construir 150 nuevas centrales atómicas en los próximos 15 años para reducir su producción de CO2 y obtener la independencia energética en 2035. Los norteamericanos han respondido con un órdago de 300 nuevos reactores operativos y conectados a la red en 2050. Sin embargo, estos serán significativamente menos potentes. Si consiguen cumplir sus objetivos, al final los chinos tendrán una gran ventaja sobre los americanos.
En total — según la presidenta y directora ejecutiva del Instituto de Energía Nuclear de los Estados Unidos Maria Korsnick — estos reactores añadirán 90 gigavatios a la producción eléctrica del país. Los 150 reactores chinos, añadirán 147 gigavatios en 2035, quince años antes que los americanos.
Minireactores vs reactores
La diferencia está en el tamaño de los reactores. China construirá centrales atómicas convencionales y los 300 reactores americanos serán SMR (las siglas inglesas de pequeños reactores modulares). Estos últimos tienen, teóricamente, varias ventajas sobre los reactores convencionales de gran tamaño producto de su diseño y reducida potencia, que pasa de los 1.100 megavatios de un reactor típico a los 300 megavatios de un SMR.
Obviamente, los SMR son más compactos y más sencillos que las grandes centrales convencionales, lo que teóricamente los hace más baratos de construir y mantener. La construcción se realiza en serie, en una fábrica, para luego instalarlo parcialmente enterrado en la localización que se necesite. Una central nuclear estándar se construye específicamente en el lugar en el que va a funcionar. La construcción en serie en una fábrica reduce drásticamente la huella de carbono y el impacto ecológico de la central convencional.
El precio total también baja, según sus promotores, con un coste estimado por reactor de 1.000 a 3.000 millones de dólares contra los 6.000 a 12.000 que suele costar una central convencional con un reactor de agua ligera (LWR). También baja el tiempo de construcción: los pequeños reactores modulares tardan de tres a cinco años en estar operativos, mientras que los estándar pueden ir de seis a 12 años dependiendo del modelo.
Disminuye también el tamaño de la zona de emergencia que pasa de un radio de 16 kilómetros a dos kilómetros. Los SMR también tienen mayor seguridad, afirman, con sistemas pasivos y autocontenidos. Los reactores convencionales requieren de grandes sistemas de seguridad, flujo de agua constante y operarios expertos. Además, necesitan cargar y descargar combustible. Muchos de los diseños de SMR, por el contrario, están pensados para no necesitar combustible durante sus 30 años de vida útil (como demuestra el reactor nuclear que está en el corazón del nuevo superportaaviones Gerald Ford). Este diseño también contribuye a la seguridad de los SMR.
Dudas y retos
Los críticos dicen que no todo son ventajas. Un nuevo estudio científico publicado en mayo afirma que los SMR “serán más voluminosos y química/físicamente reactivos que los [reactores estándar], lo que afectará a las opciones para la gestión y eliminación de estos residuos”. El estudio admite que “sólo han estudiado tres de las docenas de diseños de SMR propuestos” pero argumenta que “la fuga de neutrones intrínsecamente más alta asociada con los SMR sugiere que la mayoría de los diseños son inferiores a los LWR [reactores de agua ligera] en la generación, gestión y eliminación final de radionucleidos clave en los residuos nucleares”.
Las compañías — como NuScale, una de las pioneras en los SMR — han respondido diciendo que el estudio no responde a la realidad y que, efectivamente, no tiene en cuenta las nuevas tecnologías y todos los diseños de SMR que actualmente compiten para llegar a la meta. Hay otros expertos que afirman que, independientemente de los residuos, existen datos que indican que sustituir las centrales convencionales por SMR no solucionará nada. Los reactores compactos, auguran, están destinados a fracasar.
Dejando de lado estas críticas, la propia Korsnick afirma que hay retos importantes en la implantación de los SMR. Principalmente, asegura, habrá que crear una nueva cadena de suministro y fabricación de estas máquinas y agilizar el proceso regulatorio para conseguir los plazos deseados. Korsnick también apunta que debería haber incentivos financieros como los que EEUU aplicó a las renovables durante la pasada década.
El renacimiento de la energía nuclear
Lo que parece claro es que la industria energética en EEUU se quiere alejar de las grandes centrales nucleares. Los americanos han visto como varios nuevos proyectos de centrales nucleares se han disparado de precio. La planta de 2200 megavatios de la compañía Vogtle en Carolina del Sur, por ejemplo, ha visto como su coste ha pasado de 14.000 millones a 30.000 millones de dólares. Otros se han cancelado por completo.
Todo esto a pesar de la política pronuclear del congreso americano — que en 2014 apoyó la creación de nuevos reactores con poco éxito— o la reciente decisión del gobierno de Joe Biden para dar un empujón a la política atómica norteamericana. La Casa Blanca — como lo ha hecho Europa — ha concluido que es imposible atajar el cambio climático sin usar la energía nuclear. No sin poner en peligro el suministro eléctrico como sucedería si se implantaran sólo las renovables, afirman. El pasado abril, por ejemplo, lanzaron un programa de 6.000 millones de dólares para modernizar plantas que estaban en riesgo de cierre.
Mientras, el programa chino para crear 150 centrales de gran potencia está ya en marcha, con un gobierno decidido a cumplir sus objetivos de producción cero de CO2 e independencia energética de otros países, especialmente del petróleo árabe. Y para más inri, los chinos no sólo están invirtiendo en esos reactores convencionales: el primer SMR del mundo se llama Linglong One y comenzó a construirse en julio del año pasado. China tiene previsto que entre en funcionamiento antes de fin de 2026, décadas antes que cualquiera de los americanos.
Por ElConfidencial