Por: Miguel Antonio Bernal V.

La obra que nos brinda Luis Guillermo Zuñiga, bajo el penetrante título, La mujer del demonio, llega al escenario literario de nuestro país con un lenguaje penetrante y una trama, más que envolvente.

Con un vocabulario sencillo y una transparente redacción, el “abogado de a pie, poeta de nostalgias y escritor de nimiedades”, tal como el autor se describe a sí mismo, Luis Guillermo nos lleva de la mano por un laberinto en el que se mezclan ocurrencias e irreverencias “que no por tales dejan de ser verdades indestructibles, tal vez eternas, tanto como los abogados aquellos que, de rato en rato, se creen dioses caídos del Olimpo.”

Los personajes que recorren la obra viven un drama en el que el autor desnuda, más que carácteres y personalidades, realidades de la vida cotidiana que viven envueltos en un enjambre de mentiras, engaños y traiciones. Sin rodeos, la trama nos pone ante una evidencia que el sistema imperante se empeña en ocultar: “Hijo, la gente cree más en una mentira que habla, que en una verdad que calla”.

No cabe duda que la experiencia en el ejercicio de la ardua  tarea, más que profesión, como abogado litigante, lleva al autor a desnudar la realidad de un sistema jurídico preñado de actuaciones contrarias a los intereses de la sociedad y, permanentemente, favorables a los más bajos intereses de quienes lo manipulan y controlan,

La telaraña, o más bien la maraña de los vericuetos “jurídicos” y su utilización de parte de la burocracia en la que se desempeñan los letrados, la resume así:   “Esta vez, sus palabras tuvieron el efecto denun tornillo que penetraba lentamente en el cerebro. Hasta ese minuto, siempre presumió que, en el ejercicio  de su oficio, ya había visto todo, ya había escuchado todo, leído y sentido y olido todo,  todo lo que un abogado debe ver, escuchar, leer, sentir y oler, pero descubrió que estaba equivocado…” 

La mujer del demonio, primer trabajo literario con que nos obsequia Luis Guillermo Zuñiga, nos deja llenos de interrogantes e inquietudes pero, más que todo, con la satisfacción de una rica lectura que hace obligatoria una reflexión. Al felicitar y agradecer al autor, no se puede menos que invitar a los lectores a recorrer las páginas de esta obra e instar al Amigo Luis Guillermo a que no deje la pluma irreverente y didáctica que ha blandido.

Comparte

Write A Comment