Adrián López García – Analista Internacional y consultor político

Vivir en Panamá siendo español te obliga, tarde o temprano, a enfrentarte a una historia que no te contaron del todo. O que, quizás, te contaron desde una sola orilla. No es una sensación de culpa, ni un ejercicio de reproche. Es algo más sutil, más silencioso. Una necesidad de comprender mejor. De ampliar la mirada. De aceptar que toda historia tiene más de una voz, y que ninguna, por sí sola, es suficiente.
El 28 de noviembre no se vive como una fecha contra nadie. Se vive como afirmación de identidad, como recuerdo del momento en que Panamá decidió tomar las riendas de su propio destino político. Y visto desde los ojos de un español que camina hoy sus calles, esa decisión no se percibe como ruptura hostil, sino como un paso lógico, casi inevitable, en el proceso natural de los pueblos que maduran.
España le debe a Panamá haber sido puente cuando el mundo aún no sabía cómo cruzarse. Le debe el haberse sostenido durante siglos sobre un territorio que fue más que paso, más que ruta, más que escala. Panamá no fue solo geografía útil, fue escenario, pulso, respiración de una historia compartida que permitió a España mirar más lejos y entenderse más grande. Reconocerlo no es gesto de debilidad, es señal de madurez. Es aceptar que hubo manos que sostuvieron, mares que guiaron y tierras que hicieron posible un proyecto que también la transformó.
Y le debe, sobre todo, una forma de memoria que no se estanque en los manuales, sino que dialogue con el presente. Una memoria que se exprese en respeto, en cercanía, en cuidado del vínculo que aún existe. Porque lo que une a ambos es un recorrido que dejó huella sin resentimiento. Una historia que, lejos de dividir, invita a entender por qué entre España y Panamá no hay deuda amarga, sino una herencia compartida que hay que seguir escribiendo con elegancia, equilibrio y dignidad.
España fue parte esencial en la construcción histórica del istmo, y Panamá lo fue también en la expansión y consolidación de una España que ansiaba expandirse. La relación no puede reducirse a un simple antes y después. Es más compleja, más entrelazada, más humana. Aquí uno entiende que la independencia no significó borrar raíces, sino reorganizar soberanías. Que no se trató de negar lo compartido, sino de redefinir el poder desde la autonomía. Y que, en ese gesto, no hay enemistad, sino evolución política.
Es en ese punto donde el relato general se cruza con lo individual, donde ya no se trata sólo de analizar un pasado compartido, sino de comprobar cómo ese legado influye, de forma sutil pero evidente, en la forma en que uno se sitúa, se relaciona y se percibe dentro del espacio que habita. La distancia inicial se reduce. No por obligación, sino por adaptación natural. Porque instalarse en un país implica asumir que su forma de organizar el mundo acaba, tarde o temprano, influyendo también en la tuya.
Y es ahí donde empieza otro tipo de reflexión, la que no nace del estudio, sino del roce constante con una realidad distinta que, sin imponerse, va transformando tu manera de estar. Aquí aprendí que no todo tiene que ser intenso para ser real. Que no todo se grita para ser importante. Que a veces pertenecer es tan simple como reconocer un rostro en la esquina de siempre, saludar sin prisa o sentarte sin mirar el reloj.
Hay días en los que me descubro pensando que esta ciudad no me está cambiando, me está afinando. Y entonces comprendo que no vine solo a vivir a Panamá. Vine a dialogar con ella. A intercambiar formas de ser. A sumar, no a comparar. Me invitó a quedarme un rato más. A mirar mejor. A sentir sin tanta coraza.
Y tú, español, vas mutando sin darte cuenta. Modulas tu tono. Mides tu ironía. Suavizas tu forma directa. Aprendes que no todo se dice como se piensa, y que no todo se piensa como se dice. Panamá no te pide que renuncies a quién eres. Pero sí te exige que aprendas a observar desde otro ángulo. Que entiendas que tu forma no es la única. Que tu costumbre no es universal. Que tu lógica no siempre aplica.
Panamá no me ha hecho menos español. Me ha hecho más consciente. Más observador. Más humilde. Y quizás, solo quizás, un poco más interesante.
