A orillas del majestuoso Canal de Panamá, justo a la derecha del Puente de las Américas en dirección a Arraiján, se alza un mirador de arquitectura oriental. Sobrio, sereno y evocador, es un homenaje visible de la comunidad china al país que la acogió hace más de un siglo y medio. No es un gesto aislado, ni una arrogancia estética: es una ofrenda simbólica, un acto de gratitud esculpido en piedra.

Pero hoy, esa obra se encuentra en medio de una controversia. La Alcaldesa de Arraiján ha propuesto su demolición, desatando un debate nacional sobre la memoria, el reconocimiento y la legitimidad de los aportes culturales en el espacio público. Una polémica que, en el fondo, revela cuánto nos falta todavía para comprender que Panamá no es de una sola raíz, sino de muchas ramas entrelazadas.

Frente a esta situación, es necesario elevar el tono. No para alzar la voz, sino para profundizar el pensamiento, para hablar desde el conocimiento y no desde la reacción. Porque, para comenzar, debemos tener muy claro que la historia de Panamá no comenzó con el canal, sino con el eterno tránsito de pueblos, sueños y culturas sobre esta delgada franja de tierra que une dos océanos y dos mundos.

En 1510 se fundó Santa María la Antigua del Darién, primera ciudad europea en tierra firme del continente americano. Desde entonces, Panamá se transformó en un punto de conexión entre el Atlántico y el Pacífico, pero también entre civilizaciones, esperanzas y sufrimientos.

Hablar del canal sin hablar de lo que lo precedió es recortar la historia. Por eso, invito a hacer un ejercicio de memoria, justicia y reconocimiento, con esta breve pero necesaria cronología de los pueblos que han contribuido al alma y la estructura de Panamá:

  1. Pueblos indígenas originarios: Antes de que llegaran las carabelas, los Emberá, Wounaan, Kuna, Ngäbe, Buglé, Teribe y otros caminaban, sembraban y narraban historias en este istmo. Su conocimiento del territorio fue clave para los europeos. Algunos resistieron, otros guiaron; todos dejaron una huella que aún palpita en nuestras montañas, ríos y corazones. Son raíz viva de esta tierra, aunque muchas veces invisibilizados.
  2. Españoles: Desde 1501 y con fuerza desde 1510, impusieron estructuras coloniales, trajeron la cruz y la espada, y con ellas las rutas del oro y del comercio. Trazaron caminos interoceánicos como el Camino Real y el Camino de Cruces, edificados muchas veces con sangre esclava. Fueron gestores de una nueva etapa en la historia del istmo, con luces y sombras que aún nos definen.
  3. Africanos esclavizados y afro descendientes: Arrancados del alma de África, llegaron encadenados pero nunca vencidos. Construyeron ciudades, levantaron caminos, resistieron en palenques y sembraron esperanza en tierra ajena. Hoy son parte esencial del rostro y el corazón de Panamá. Su música, su lucha y su sabiduría son pilares de nuestra identidad nacional.
  4. Otros europeos: Escoceses, ingleses, holandeses, italianos, alemanes: Fueron exploradores, comerciantes, colonos, soñadores. Desde el fallido Darién Scheme Escocés hasta las misiones comerciales del Caribe, dejaron una herencia en apellidos, estructuras urbanas, e incluso en historias casi olvidadas. Llegaron con mapas en la mano y, a veces, con ilusiones rotas. Pero fueron parte del tránsito humano que define a Panamá.
  5. Franceses: En 1880, Ferdinand de Lesseps intentó unir los mares con una zanja monumental. El sueño francés del canal naufragó en la selva, la malaria y la mala administración. Pero nos dejaron caminos, planos, infraestructura y una lección sobre la osadía y sus límites. Fueron los primeros en querer unir el mundo desde el istmo con ingeniería moderna.
  6. Chinos: Vinieron en 1852 para construir el ferrocarril transístmico, y muchos encontraron la muerte antes del descanso. Los que sobrevivieron abrieron fondas, levantaron sus hogares y resistieron la discriminación con trabajo silencioso, paciencia milenaria y dignidad profunda. Su descendencia forma parte del alma comercial, cultural y moral de Panamá.
  7. Antillanos: Barbados, Jamaica, Trinidad, Haití… las islas enviaron a sus hijos a levantar el canal durante la ocupación estadounidense. Su esfuerzo físico construyó el sueño interoceánico, y su legado cultural, la música, el idioma, la espiritualidad, dio color, ritmo y alma a la costa atlántica y más allá. Vinieron por necesidad, se quedaron por amor, y hoy son Panamá.
  8. Estadounidenses: Desde 1904, tomaron el mando del canal con visión, técnica y recursos. Implementaron sistemas sanitarios, domaron la selva y culminaron una de las obras más ambiciosas del siglo XX. Su presencia dejó huellas profundas en nuestra estructura geopolítica y administrativa, para bien y para reflexión.

Según mi perspectiva de la verdad y frente a esta historia rica, densa y entrelazada, sobre el mirador chino no podemos darnos el lujo de tener una mirada corta, ya que resulta incomprensible que se pretenda eliminar el mirador chino. Esa estructura no es propaganda, ni intromisión extranjera: es un testimonio de amor, de identidad, de pertenencia.

La comunidad china no es una invitada en Panamá; es coprotagonista. ¿Qué culpa tiene de que otros grupos no hayan visibilizado sus aportes con igual nivel de organización? ¿Y qué tiene que ver una disputa geopolítica entre potencias con la expresión cultural de una comunidad pacífica en tierra panameña? Eliminar un monumento así no repara ninguna omisión, la destruye y agrava.

Una solución pedagógica e inclusiva que sugiere mi amiga Carmen Boyd, mujer sensible y visionaria, propuso una idea poderosa: “construir en ese mismo lugar un monumento que represente a todos los grupos humanos que contribuyeron al canal”. Su intención es noble, y yo la apoyo… con una condición fundamental: que no implique destruir lo que ya existe. Lo más justo y pedagógico sería conservar el mirador chino como testimonio de un aporte específico, y complementarlo con nuevas expresiones que honren también los otros aportes históricos. Algo similar a lo que hizo la exalcaldesa Mayín Correa con “Mi Pueblito”, a los pies del Cerro Ancón: un espacio de memoria viva de la cultura y folklore panameño, para la enseñanza, el turismo y el encuentro.

Amados y respetados lectores, la historia no se borra, se enriquece. Panamá es, por esencia, una tierra de tránsito, mezcla y encuentros. Cada piedra en este suelo ha sido tocada por muchas manos. Por eso, no nos dividamos por símbolos, usemos esos símbolos para educar, para sanar, para recordar. El mirador chino no sobra, falta todo lo que aún no hemos sabido contar.

Comparte

Write A Comment