En las tertulias nocturnas de mi grupo de WhatsApp Coordinadora Nacional CD, uno de los debates más intensos lo sostengo con mi amigo de infancia y de toda la vida, el Profesor Jorge Luis Murillo, conocido en su finca de Cucunatí como “El Vaquero Azul”. Con frecuencia, él intenta descalificar mis opiniones bajo el argumento de que soy servidor público, que tengo que cuidar mi quincena, y según él, soy un buen discípulo de Maquiavelo. Ese comentario no me ofendió, al contrario, me motivó a leer a fondo a ese filósofo político del Renacimiento, y hoy, después de más de un mes, inspirado en su obra El Príncipe, escribo estas líneas. Porque, si ser maquiavélico significa observar la política sin romanticismos y defender la necesidad de liderazgo con visión, entonces acepto el título… con responsabilidad.
Si Maquiavelo fuera panameño, el, hoy diría: «Se gobierna más por encuestas que por visión de Estado». Durante años, la política panameña ha sido rehén del cálculo electoral. Gobernar se volvió una operación de relaciones públicas, agradar a todos, evitar el conflicto, no perder puntos en las encuestas. Pero eso no construye futuro. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, tenemos un presidente que ha demostrado estar dispuesto a asumir el costo político de tomar decisiones de Estado, como en el caso de reforma a la Ley de la Caja del Seguro Social. ¿Es impopular? Sí. ¿Era necesaria? También.
Esa es la diferencia entre un estadista y un político tradicional. El primero piensa en el país que quiere dejar; el segundo, en la elección que quiere ganar.
Según mi perspectiva de la verdad, Panamá necesita políticos con estatura de estadista, no celebridades. La figura del presidente José Raúl Mulino rompe con la estética populista del político sonriente, gracioso, chabacano y complaciente. En su lugar, vemos a un líder firme, sobrio y con una clara intención de marcar su propio estilo. El Excelentísimo Señor Presidente, mantiene un liderazgo que incomoda a los grupos políticos partidistas tradicionales, a los amateurs políticos que juegan a ser independientes, a los gremios que han vivido del chantaje, y a ciertos sectores de ideologías recalcitrantes que han confundido democracia con anarquía.
Mientras algunos lo acusan de autoritario por no «consultar», en realidad estamos viendo el ejercicio de un liderazgo con propósito, que pone sobre la mesa temas que nadie había querido tocar por miedo al desgaste o simplemente porque “tienen cola de paja y techo de vidrio”.
Estos grupos mantienen sus luchas ancladas en el pasado y frente a este nuevo modelo de gobernar, los métodos de lucha de algunos sectores sociales, sindicales y de los amateurs políticos que juegan a ser independientes han quedado atrapados en el pasado, como dinosaurios que no han entendido que el ecosistema político ha cambiado.
Cerrar calles, afectar a miles de ciudadanos, paralizar servicios esenciales, hacer berrinches en el parlamento y polarizar el debate ya no moviliza a una ciudadanía cansada de los extremos. Por el contrario, esas tácticas desgastadas están perdiendo legitimidad y respaldo, incluso entre aquellos que alguna vez simpatizaron con ellas. La calle ya no es el escenario natural del cambio, regalar panti rojo mucho menos, porque el país exige ahora diálogo serio, propuestas concretas y resultados.
El error de estos grupos no es solo táctico; es estratégico. Están luchando contra un gobierno que no responde al viejo libreto y que, al parecer, tiene más conexión con el ciudadano común de lo que ellos quisieran admitir.
Gobernar requiere virtud, astucia y firmeza. Maquiavelo escribió: «La virtud hace al hombre amado; la astucia, temido; pero el liderazgo verdadero combina ambas». Hoy, Panamá necesita esa combinación. Necesita líderes que no solo hablen de ética, sino que ejerzan autoridad con legitimidad. Que no teman tomar decisiones difíciles. Que pongan al país por encima del cálculo electoral o de las presiones corporativas.
José Raúl Mulino ha comenzado a caminar esa delgada línea. El tiempo dirá si logra consolidar un modelo de liderazgo moderno, eficiente y transparente, o si la resistencia de los actores del pasado logrará entorpecer su visión. Pero algo es evidente, ya no estamos ante más de lo mismo.
Amados y respetados lectores de esta hermosa tierra istmeña, Panamá se encuentra en un punto de inflexión. Por un lado, una nueva forma de ejercer el poder empieza a emerger, más directa, menos complaciente, más centrada en resultados que en aplausos. Del otro lado de la moneda, hay sectores que siguen creyendo que gritar más fuerte equivale a tener la razón.
Como advertía Maquiavelo, “el cambio siempre encuentra enemigos en los beneficiarios del viejo orden”. Hoy, esos enemigos hacen ruido en la calle. Pero quizás lo que estamos presenciando no es solo una protesta, sino los estertores de un modelo de lucha que ya no convence, que ya no moviliza, y que pronto podría quedar enterrado como los dinosaurios; por no haber entendido el cambio de era político.
 
						
			
 
			