Por: Miguel Antonio Bernal Villalaz.

Leopoldo Aragón Escalona, santeño de La Villa, se inmoló en Estocolmo, frente a las instalaciones de la Embajada de Estados Unidos de América en dicha capital, el primero de septiembre de 1977. Su decisión fue una protesta ante la inminente firma de los tratados canaleros. 

Encarcelado, torturado y luego exiliado por la dictadura, su nombre y su acto, como muchas o demasiadas personas y eventos, también entraron en el olvido… esa planta que florece a orillas de las tumbas. 

Aragón luchaba por ver una Patria libre de la presencia extranjera, libre de los lazos que la ataban, libre del régimen dictatorial. Leopoldo Aragón no se suicidó. Su muerte fue un acto de protesta. Fue un acto de entrega a la Patria que tanto quiso y a la libertad por la que tanto abogó…

El heroísmo tiene a veces sus ironías. El 3 de noviembre de 1965, Leopoldo Aragón escribía en su columna  “ Desde Washington”, que semanalmente publicaba el diario El Día,  de México : “ Un hombre murió envuelto en llamas bajo la oficina de Robert McNamara, secretario de Defensa de Estados Unidos. Aquí la mayor parte de la gente parece que no quiere darse por enterada de lo ocurrido”. 

Periodista ágil, sutil y punzante, Aragón acotaba: “Técnicamente fue un suicidio, Norman R. Morrison se quitó la vida incendiándose con kerosene. La palabra suicidio es la que usan la prensa, las cadenas de televisión y las agencias noticiosas. Los medios de difusión mienten cuando dicen que Morrison se suicidó. Morrison se inmoló. Inmolarse es sacrificarse por otro, por un ideal, por una convicción. Su máxima expresión es quitarse a sí mismo la vida sin hacerle daño a  otro; sin que otro sea el que le quite la vida a uno…”.

Igual que Morrison, Leopoldo Aragón murió 12 años después por un ideal, por una convicción, por una obsesión que lo acompañaba en su exilio en Suecia, donde llegó gracias a la intervención de Amnesty International y del Rey de Suecia, quienes lo rescataron de las cárceles panameñas    Durante año y medio el régimen militar lo mantuvo recluido en Coiba y sometido a brutal abuso físico y moral.

 En un manuscrito intitulado “Prácticas inhumanas de trabajo esclavo para provecho personal en la isla de Coiba”, Aragón describió lo que él mismo calificaba como “uno de los castigos más salvajes de Coiba”, la corrida de los prisioneros desde el muelle hasta el patio central: “…los guardias, gritando desaforadamente, emprenden a latigazos con grupos de prisioneros, que corren despavoridos como si fueran animales, mientras los guardias los persiguen al galope pegándoles garrotazos para hacerles acelerar su carrera.  Desenfrenadamente con demoniaco placer, los guardias los golpean desde atrás, los lados o de frente.”

 Al recordar – transcurridos 46 años- la inmolación de  Leopoldo Aragón, me pregunto: ¿dónde están los que ayer gritaban: ¡Leopoldo Aragón, presente!? .

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