Por: Miguel Antonio Bernal V.
Los últimos tiempos, de crecimiento del autoritarismo y del militarismo, no presagian mejoría en el respeto a la vida, honra y bienes de la población. La gran mayoría de los ciudadanos se han desconectado de sus derechos y deberes. Amplios sectores se relajan en el “poco me importa” y, viven así en la vorágine del síndrome de Estocolmo, lo cual les place.
Este estado de cosas le ha facilitado a los violadores de la intimidad, actuar con absoluta impunidad y desvergüenza. Muchos optan por hablar de privacidad, que en realidad es una traducción, bastante arbitraria por cierto, del idioma inglés privacy (lo que es particular o reservado de cada individuo.
La privacidad, se refiere “a la intimidad personal o familiar, y a la discreción o reserva que deben rodearla en las relaciones humanas y con mayor razón en las relaciones políticas”. “La privacidad es un valor celosamente defendido contra toda posible incursión de la sociedad.
La intimidad personal y familiar está protegida de los ruidos, olores, contaminación, peligros, miradas, indagaciones, publicaciones y cualesquier otras formas de intromisión en los asuntos privados de las personas.
Aunque intimidad no es propiamente secreto, se considera que cada persona es dueña de una esfera de actividad que no tiene por qué ser conocida sin su voluntad por las demás”.
En nuestro Panamá de hoy, las violaciones a la intimidad están a la orden del día. Es un secreto a voces que el Tribunal Electoral y la Caja de Seguro Social alquilan y venden a financieras, bancos y prestamitas, con un desparpajo único, informaciones privadas de los ciudadanos y asegurados. Ahora, las informaciones destacan que el IDAAN anda en lo mismo.
Frente a estos actos inaceptables, el estado de indefensión de los ciudadanos es más que preocupante. Ello anima a los violadores de la intimidad a empoderarse, más y más, impunemente. Una reacción tardía, no nos permitirá cubrir la desnudez de nuestra privacidad.