Desde que Rusia decidió invadir a Ucrania, el mundo vuelve a estar en vilo y la paz global amenazada por una posible escalada bélica. Dos partes y dos visiones quieren ponerse límites, pero el poder y la política se alían para provocar una confrontación innecesaria. Nuevamente irrumpe el ser humano con su soberbia para destruirse a sí mismo.
Ucrania y Rusia nos traen de cabeza. Son el espejo de unos pueblos en decadencia que dirimen sus diferencias con muerte y confrontación, como si las opciones de diálogo hubiesen desaparecido. Ucrania y Rusia nos hacen regresar a la antigua confrontación de la Guerra Fría y nos llevan a ver con vergüenza una manifiesta incapacidad para resolver los conflictos, amparada solamente en las ansias por el poder.
Para meterle el ojo a las raíces del problema, debemos retrotraernos a la fundación de la OTAN, una alianza militar occidental creada con el único fin de contener la expansión de la antigua Unión Soviética y, después, de la Rusia emergida de la disolución del gigante comunista. Para la OTAN ha sido primordial ponerle barreras a Moscú, en vista de que sus tentáculos casi llegaron al centro de Europa, en la época en que no sólo estaba vigente la URSS sino también una cantidad de “repúblicas populares” que fungían como satélites en la parte oriental del viejo continente, desde la antigua Yugoslavia hasta Alemania Oriental y Polonia, y servían como baranda de contención contra los aliados occidentales.
Hay dos procesos históricos que sirven para entender la intervención de Rusia en Ucrania. El primero está vinculado con la disolución de la Unión Soviética en 1991, un hecho en el que Rusia pierde el 30% de su territorio y el 40% de su riqueza nacional, pero inmediatamente antes del colapso de la URSS con Mijaíl Gorbachov y después con Boris Yeltsin, Estados Unidos y la OTAN se comprometen a que no iban a extender las fronteras de los aliados militares con un estirón hacia el Este. Se lo prometieron primero a Gorbachov, porque se consolida la reunificación de Alemania cuando cae el Muro de Berlín, en 1990, garantizándosele al líder soviético que no habría extensión de los límites y que podía estar tranquilo.
El problema es que esas promesas fueron incumplidas sistemáticamente y, sobre todo, porque progresivamente fueron entrando varios países a la OTAN en tres grandes oleadas, que poco a poco se iban acercando a Rusia. No se trata de uno o dos países sino de al menos 15 nuevas naciones. Esta situación llega a un punto especialmente caliente cuando se habla de que Ucrania, país que tiene frontera con Rusia, planea entrar en la OTAN con armamento nuclear en su territorio.
Pero no es solamente un asunto de fronteras. El mundo afortunadamente no ha sufrido un holocausto nuclear durante las últimas décadas porque existe lo que se denomina el “Principio de Doble Destrucción Asegurada”, es decir que ninguna potencia puede lanzar un ataque nuclear sobre otra potencia que también tenga arsenal atómico, sin verse a su vez destruida. Es decir, si en algún momento EEUU pensara en atacar a Rusia o viceversa, ese ataque no se produciría ya que cualquiera de los dos países tendría tiempo suficiente para responder con similar armamento nuclear y causar millones de muertos, quizá en casi todo el planeta. Esa posibilidad de respuesta atómica existe.
Ahora, en el momento en que se colocara armamento nuclear en Ucrania, el “Principio de Doble Destrucción Asegurada” desaparecería porque cualquier arsenal en territorio ucraniano podría alcanzar Moscú en tan solo cinco minutos y, por lo tanto, abre la posibilidad de un ataque nuclear sobre Rusia al que ésta no podría responder.
Pongamos este ejemplo. Si ahora Rusia estableciera alguna alianza con Puerto Rico o con México, Nicaragua o Venezuela, y colocara misiles nucleares en esos territorios, seguramente Estados Unidos reaccionaría de inmediato como lo hizo en 1961 con la crisis de los misiles en Cuba. Es el mismo concepto de protección de fronteras y de estrategia geopolítica que está aplicando Rusia en este instante ante el avance de la OTAN en Ucrania.
Detonante: un golpe de Estado
El otro proceso histórico que ha influido en el actual conflicto es que en 2014 se produjo un golpe de Estado en Ucrania, en la llamada Revolución de la Dignidad, en la que tuvo un papel importante el magnate George Soros y la administración Obama, que derrocó al presidente Viktor Yanukovich, electo democráticamente, quien había rechazado un acuerdo de asociación de la UE que estaba pendiente, eligiendo en cambio buscar un préstamo de rescate ruso y estrechar lazos con Rusia. Esto condujo a protestas y a la ocupación de la Plaza de la Independencia de Kiev, una serie de eventos denominados “Euromaidán” por los defensores de alinear a Ucrania con la Unión Europea. Ya en su campaña electoral de 2010, Yanukovich había declarado que el nivel actual de cooperación de Ucrania con la OTAN era suficiente y que, por lo tanto, la cuestión de la adhesión del país a la alianza no era urgente.
En su lugar, colocaron a un presidente de corte nacionalista en medio de unas protestas que fueron disfrazadas de malestar popular pero que en realidad fue un golpe de Estado. De hecho, era tan claro que fue un golpe de Estado que en ese entonces, Francia y Alemania intervinieron junto con Rusia para darle garantías a Yanukovich de que no lo derrocarían. Mientras se desarrollaban las negociaciones de estos países con Ucrania, el embajador de EEUU en Kiev, telefoneó a su país solicitando instrucciones, e inmediatamente Victoria Nolan, entonces Vicesecretaria de Estado para Europa Oriental y Oriente Medio, se opuso rotundamente. Días después, Yanukovich era depuesto por los nacionalistas ucranianos.
Todos estos acontecimientos provocaron una fuerte reacción de las regiones del este de Ucrania, de mayoría prorrusa, principalmente Donetsk y Luhansk, que conforman la región oriental de Donbass, que manifestaron su deseo de separarse de Ucrania, lo que hizo que el entonces nuevo presidente, Oleksandr Turchynov, las bombardeara, como lo han hecho en los últimos ocho años sus sucesores, Petro Poroshenko y el actual Volodymyr Zelensky, un ex actor y comediante, que creció como hablante nativo de ruso en Kryvyi Rih, una ciudad importante en el óblast (distrito) de Dnipropetrovsk en el centro de Ucrania.
A decir verdad, los bombardeos en estos años en las regiones de Donetsk y Luhansk han causado más de 14.000 muertos, en su mayoría civiles, un hecho que, sin embargo, no justifica la mortandad producida por la invasión rusa en territorio ucraniano ordenada por el presidente ruso, quien ha sorprendido al mundo entero por su enfermizo nacionalismo y sus maneras neonazis de controlar el poder.
Justamente, para detener las matanzas de las milicias ucranianas en las regiones separatistas, surgieron en 2015 los llamados Acuerdos de Minsk, en los cuales Ucrania se comprometía a dejar de bombardear a estos pueblos y a dejarlos utilizar el ruso en la educación como lengua oficial. Pero la realidad es que estos acuerdos, según la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea, han sido violados por el gobierno ucraniano más de 11.000 veces en los últimos ocho años.
La realidad es que Estados Unidos no ha logrado unir a todos los aliados europeos porque la mayoría no desea ir a una confrontación ni con Rusia ni mucho menos para salvar a Ucrania, cuyo presidente tiene fama de autoritario, encarcelando al jefe de la oposición y cerrando cadenas de televisión.
La situación actual ha llevado al presidente de Ucrania a dudar sobre si llegar a un tipo de pacto con Rusia y cumplir con los Acuerdos de Minsk o ir más allá y bombardear de nuevo las repúblicas de Donetsk y Luhansk, que recientemente se declararon independientes para luego solicitar su ingreso en la Federación Rusa. Fue este hecho lo que motivó a Putin a convocar al Consejo de Estado y a los pocos días se iniciaba la intervención en Ucrania, bajo dos principios: impedir la entrada de ese país en la OTAN y evitar que se coloque armamento nuclear en su territorio.
En resumen, Rusia ha hecho prevalecer una cuestión de seguridad nacional y, por otro lado, los nacionalistas ucranianos están intentando unificar la identidad de su país, lo cual crea una situación complicada, no solo por los prorrusos de la zona oriental sino porque, para muchos, Ucrania es una nación artificial con poblaciones polacas, húngaras, griegas, etc. que conforman un mosaico étnico sumamente difícil, sobre todo, por el odio que han impuesto los nacionalistas a las minorías.
El juego estratégico está sobre la mesa y bastaría un detonante para desatar una escalada de proporciones dramáticas, o por el contrario, que las partes reconozcan que no todo es para ellas sino que es el momento de conceder y repartir para que prevalezca la paz.