Por años he soñado con ser doctora. No fue una decisión improvisada, sino una vocación que nació mucho antes de entender lo que implicaba. Como muchas jóvenes en Panamá, crecí viendo a mujeres cuidar: madres, tías y abuelas que sostenían hogares con esfuerzo, paciencia y amor. De esas experiencias surge, para muchas como yo, el deseo de estudiar medicina: la convicción de servir, acompañar y aportar a la vida de otros.
Por eso, la propuesta de restringir el ingreso a la carrera de Medicina en universidades privadas va más allá de una discusión técnica. Para quienes ya estamos dentro —y para quienes sueñan con entrar— pone en riesgo años de trabajo, planificación familiar, sacrificios y esperanza.
Iniciar este camino supone renunciar a mucho incluso antes de empezar. Significa dedicar la adolescencia a tutorías, ferias científicas, largas horas de estudio, exámenes de ingreso y conversaciones familiares sobre cómo costear libros, matrículas, transporte y manutención.
Las mujeres recorremos ese camino con barreras adicionales: expectativas de cuidado, prejuicios sobre nuestra capacidad para enfrentar turnos extensos y dudas sobre si podremos formar una familia más adelante. Aun así, persistimos, movidas por una vocación profunda.
Por eso no puedo guardar silencio ante la idea de limitar el acceso a la carrera. Se nos dice que hay “demasiados estudiantes”, cuando en realidad lo que falta no es talento ni juventud con sueños, sino planificación del sistema de salud y un compromiso real para ampliar la capacidad de formación médica que Panamá necesita.
Quienes estamos en la carrera sabemos que nada es regalado. Cada examen, cada noche de desvelo, cada práctica clínica y cada turno asumido con responsabilidad forman parte de un camino elegido con plena conciencia. Resulta injusto que ahora se cierren puertas para quienes vienen detrás.
Las mujeres en medicina ya enfrentamos barreras invisibles: subrepresentación en varias especialidades, comentarios paternalistas, dudas sobre si estamos “preparadas” y la presión constante de demostrar que merecemos estar aquí. ¿Ahora también tendremos que competir por menos cupos, no por falta de capacidad, sino por falta de planificación? Limitar el ingreso no resuelve los problemas del internado, la escasez de plazas de residencia ni la mala distribución de especialistas.
Solo castiga a quienes han trabajado durante años para cumplir un sueño legítimo. Además, una regulación restrictiva afectará especialmente a mujeres jóvenes de áreas rurales y de familias de bajos ingresos. Somos nosotras quienes más dependemos de que existan múltiples caminos hacia la educación superior. Reducir cupos convierte un sueño —ya exigente y costoso— en algo inalcanzable.
Y no es justo que el origen social determine quién puede convertirse en médico. La conversación que Panamá necesita no es sobre cerrar puertas, sino sobre abrirlas con responsabilidad y visión. Eso implica fortalecer la red de salud, aumentar plazas de internado, ampliar programas de residencia y garantizar atención en las comunidades más necesitadas. Eso transforma un país. Eso construye un sistema más justo y humano.
Culpar a los estudiantes —o limitar su acceso— es la salida más simple, pero también la más injusta. Quienes estudiamos medicina no somos un problema: somos parte de la solución. Queremos servir, aportar y estar donde la gente más nos necesita.
Regular el ingreso no protege la salud del país; la debilita. Limita la capacidad de la próxima generación —y especialmente de las mujeres— de contribuir a un sistema que desde hace años demanda más profesionales comprometidos.
Estudiar medicina es un acto de entrega.
Detrás de cada estudiante hay una historia de lucha, una familia que se esfuerza y un país que necesita más y mejores médicos, no menos. Pedimos que nuestro trabajo y nuestros sueños no sean desvalorizados por decisiones que no atienden la raíz del problema.
Las mujeres en medicina ya hemos demostrado que podemos. Lo que falta no es capacidad: es oportunidad. Y limitar opciones nunca será la mejor estrategia.
Alejandra Beatriz Ortega Pérez
8-1008-2496
Estudiante de medicina de la Universidad Americana (UAM)
