EL EJEMPLO QUE MERECEN NUESTRAS FUTURAS GENERACIONES

Los actos de violencia del pasado y del presente, protagonizados por diputados en el pleno de la Asamblea Nacional no solo avergüenzan a nuestra institucionalidad democrática, sino que lanzan un mensaje venenoso a la niñez y juventud panameña, que imponer a golpes lo que no se puede defender con ideas es válido si se tiene poder. Y eso, más que un error, es una herida profunda a la esperanza del país.

No podemos permitir que los espacios destinados al diálogo y la construcción de consensos se conviertan en arenas de pugilato, donde la palabra se desvanece y el puño se levanta como símbolo de fuerza. Dios nos dio el don de la palabra no para herir, sino para sanar; no para dividir, sino para tender puentes. Como ciudadanos, padres, docentes, líderes y servidores públicos, tenemos una responsabilidad sagrada; ser ejemplo, no espectáculo; ser luz, no sombra.

Según mi perspectiva de la verdad, resulta profundamente hipócrita condenar las protestas extremas de sindicatos o gremios, si los propios representantes de los órganos del Estado, los llamados “PADRES DE LA PATRIA” no predican con el ejemplo. ¿Con qué autoridad moral se puede pedir paz en la calle, si en el hemiciclo se siembra violencia? ¿Con qué cara se exige civismo, si desde el poder se siembra el caos?

Aquí me viene al alma un viejo vallenato del gran Diomedes Díaz que dice: “por eso Rafael Santos yo quiero dejarte dicho en esta canción que si te inspira ser zapatero solo quiero que seas el mejor porque de nada sirve el doctor si es el ejemplo malo del pueblo”. ¡Cuánta verdad hay en esa estrofa! No importa el cargo ni la investidura si el comportamiento arrastra en vez de elevar. La grandeza no está en el título, sino en la conducta.

Epíteto, sabio entre los sabios, enseñaba: “Ningún hombre es libre si no es dueño de sí mismo.” Y lo que vimos en la Asamblea fue exactamente lo contrario; la esclavitud del impulso, la bancarrota del autocontrol, la ausencia de toda compostura en el lugar donde más se espera templanza y altura.

Confucio también nos dejó una advertencia que hoy resuena con fuerza: “Gobernar con el ejemplo no es una manera de influir, es la única.” Panamá no necesita más oradores con discursos adornados pero vacíos. Panamá necesita líderes que vivan lo que predican, que enseñen con el gesto, no con el grito.

Amados y respetados lectores, la democracia se construye en la diferencia, no en la imposición. En la pluralidad, no en el monólogo de la fuerza. Respetar la forma de pensar ajena es uno de los pilares más nobles de toda república verdadera.

Por eso, hago un llamado sincero y urgente a todos los sectores; políticos, sociedad civil, medios de comunicación, empresarios, trabajadores, juventudes, iglesias y ciudadanos en general: Trabajemos por Panamá. Juntos. Sin gritos. Sin golpes. Con respeto. Con firmeza. Con la palabra como puente, no como arma.

La democracia es un jardín. Y como todo jardín, florece con cuidado, con paciencia, con amor y con responsabilidad. No dejemos que se marchite bajo la sombra del mal ejemplo. Hagamos que vuelva a florecer bajo la luz del respeto, la palabra y el verdadero liderazgo.

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