En medio del torbellino de opiniones y protestas generadas por la aprobación de la Ley 462, es necesario tomar un momento para analizar con serenidad, responsabilidad y, sobre todo, con espíritu pedagógico, las implicaciones reales de esta reforma para los educadores del país.

Muchos de ustedes se estarán preguntando ¿y ahora que se fumó Juan José con eso del: ESPÍRITU PEDAGÓGICO? Bueno…, el espíritu pedagógico se refiere a una actitud o disposición interior caracterizada por el deseo genuino de enseñar, guiar y ayudar a otros a aprender y desarrollarse. No se limita solo a los docentes, sino que puede aplicarse a cualquier persona que tenga: paciencia para explicar y acompañar procesos de aprendizaje, empatía para comprender las dificultades del otro, vocación para formar, inspirar y motivar, compromiso con el crecimiento del otro, no solo académico, sino personal. Una persona con espíritu pedagógico ve la enseñanza como una misión, más allá del deber, y se adapta al ritmo y necesidad del aprendiz.

El presidente José Raúl Mulino ha afirmado públicamente que “la Ley 462 no afecta la jubilación de los educadores”. Me puse a revisar la Ley 462 del 18 de marzo de 2025, que reforma la Ley Orgánica de la Caja de Seguro Social (CSS) de Panamá, y puedo confirmar con propiedad que las disposiciones actuales sobre la jubilación de los educadores no han sido modificadas, y las declaraciones del Señor Presidente son ciertas, ya que el régimen especial del Plan de Retiro Anticipado Autofinanciable (PRAA) ni las condiciones actuales de jubilación para los docentes han sido alteradas por la nueva legislación. La edad de jubilación para mujeres (57 años) y hombres (62 años), así como el número mínimo de cuotas, permanecen intactas. Además, el PRAA, que permite la jubilación anticipada de educadores a los 52 años y 6 meses (mujeres) y 56 años (hombres), sigue vigente.

En el contexto de mi espíritu pedagógico tengo que decir y no puedo quedarme callado que el tema de la seguridad social es una crisis pospuesta por años. La situación critica del Programa de Invalidez Vejes y Muerte (IVM) no es nueva. Se trata de una bomba de tiempo que fue advertida hace más de una década. Sin embargo, muchos gobiernos optaron por el silencio cómplice o por soluciones cosméticas, evitando decisiones impopulares por temor al costo político. Esta falta de valentía política nos ha llevado al borde del colapso del sistema.

En ese contexto, es justo reconocer que el actual gobierno, con menos de un año en funciones, ha enfrentado el problema con sentido de urgencia y responsabilidad histórica. La decisión del Presidente Mulino de impulsar una reforma estructural, aunque impopular en ciertos sectores, busca evitar una quiebra inminente de la seguridad social y este accionar solo refleja la estatura de Estadista de José Raúl Mulino, ya que de haberse ignorado, el colapso del IVM habría desatado un efecto domino que afectaría no solo a los jubilados actuales y futuros, sino también al sistema bancario, al consumo interno y, por ende, a toda la economía panameña.

Como educadores, ustedes están obligados a ser guardianes de la verdad y promotores del análisis crítico. La pedagogía les exige enseñar a sus estudiantes, nuestros hijos, a distinguir entre hechos y opiniones, entre realidades y temores. Por ello, tenemos el deber moral de informarnos con rigor y no dejarnos arrastrar por discursos que, aunque comprensibles desde el sentimiento colectivo, pueden estar desprovistos de sustento técnico.

Ello no significa que no haya preocupaciones legítimas. Lo plasmado en la ley de una revisión técnica dentro de seis años para evaluar la viabilidad del sistema de pensiones merece la atención de todos nosotros. Pero aquí hay que ser serios, ya que no podemos anticipar amenazas sin antes participar activamente en los procesos de diálogo, investigación y propuesta. Panamá necesita, más que nunca, mentes lúcidas, voces serenas y corazones dispuestos a construir.

Según mi perspectiva de la verdad, la educación no puede ser rehén de la política ni campo de batalla de intereses ajenos a la formación de nuestros hijos. Cada día sin clases, cada minuto de incertidumbre en el aula, es una herida al futuro de Panamá. Nuestros niños y jóvenes no deben ser escudos de luchas gremiales; deben ser, más bien, el motivo que nos impulse a buscar acuerdos.

Amados y respetados lectores: Con la pluma en una mano y el corazón en la otra, desde esta vitrina de pensamiento libre, levanto mi voz con humildad y firmeza para hacer un llamado urgente a la cordura. A nuestros gremios, educadores y líderes sindicales, los invito, por amor a nuestras familias y por respeto profundo a la vocación docente, a sentarse a la mesa con argumentos sólidos, respeto mutuo y una visión clara de país. Al Gobierno, le exhorto a mantener abiertos los canales del diálogo, revestido de humildad y transparencia, como lo exige la nobleza del cargo. Y a la ciudadanía, le pido confianza en los educadores de este país, la gran mayoría de ellos guiados por vocación, plantados día a día en el aula como faros en medio de la tormenta, firmes en su compromiso con la educación de nuestras futuras generaciones. Este es un clamor que nace del alma mía y se escribe con tinta de esperanza.

No es tiempo de confrontación, sino de construcción. Que esta coyuntura nos encuentre siendo educadores del diálogo, arquitectos de consensos y sembradores de esperanza. Porque la educación de nuestros hijos lo merece. Porque Panamá lo necesita.

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