En nuestra cultura panameña, es muy común vivir el presente sin pensar demasiado en el futuro, especialmente en lo que respecta a la vejez. Muchos no planificamos financieramente esta etapa de la vida, y cuando llega la jubilación, nos enfrentamos a una dura realidad: el cheque de pensión no alcanza para cubrir todas las necesidades básicas.

Esto revela una falta de educación financiera, pero también una necesidad urgente de crear una cultura de previsión y ahorro desde temprana edad.

Muchos jubilados que hoy deben seguir trabajando no planificaron su vejez, cargaron en algunos casos con responsabilidades ajenas y olvidaron pensar en ellos mismos.

Ahora una parte de ellos critican una ley que, en el fondo, refleja una dura verdad: Quien no siembra para su futuro cosecha incertidumbre (frase parecida en Gálatas 6:7)

A propósito de los dos primeros párrafos, he observado que en el Panamá de hoy, se ha vuelto una práctica silenciosa, pero cada vez más común, ver a madres y padres de familia que, tras una vida entera de trabajo, llegan a su jubilación solo para enfrentarse a una nueva carga: La de sostener emocional, económica y físicamente a sus hijos adultos, nietos, e incluso a sus yernos y nueras. Esto no solo es injusto. Es inhumano.

La jubilación no es una prórroga para seguir sacrificándose. La jubilación es un derecho, una nueva etapa de la vida del individuo que debe estar marcada por la tranquilidad, el disfrute, la reflexión y el merecido descanso.

Pero muchos jubilados se ven obligados a seguir trabajando, no por falta de recursos del Estado o malas decisiones financieras que también existen, sino porque sus propios familiares han decidido instalarse cómodamente a la sombra de su esfuerzo.

Según mi perspectiva de la verdad, el problema de fondo no es solo económico o que la nueva Ley de la CSS les hace un daño a los jubilados futuros. Para mí es un problema de actitud o aptitud y voy más lejos, es un problema cultural. La sociedad de esta hermosa tierra istmeña ha romantizado la figura del padre y la madre sacrificados, como si su amor se midiera por cuantas cargas somos capaces de aguantar, aun cuando ya nuestros cuerpos y mentes piden tregua.

Peor aún, esta práctica ha creado generaciones de adultos jóvenes que han normalizado su dependencia y han evadido la responsabilidad que les corresponde como miembros funcionales de una familia y de la sociedad.

¿Desde cuándo se volvió aceptable que el jubilado se vea obligado a seguir trabajando para sostener una casa con varios adultos sanos que simplemente no quieren asumir su rol?

No pretendo adoctrinar a mis amados y queridos lectores de sugerir que se debe abandonar a los hijos o nietos, ni de cerrar la puerta a quien verdaderamente lo necesita. Se trata para mí de establecer límites sanos, de dejar de premiar la vagancia e irresponsabilidad ajena con el sacrificio propio. Porque una cosa es apoyar y otra muy distinta es cargar.

Padres y madres jubilados, ustedes ya cumplieron. Ya dieron lo mejor de sí. Y si algo merecen ustedes ahora es respeto, descanso, recreación y autonomía. Su vejez no debe ser una segunda esclavitud laboral, ni un castigo por haber sido buenos proveedores.

Jubilado, es hora de despertar. De entender que poner límites no es egoísmo, es amor propio. De enseñar con el ejemplo que la responsabilidad se comparte, que la familia es un equipo, y que cada quien debe asumir su parte de la responsabilidad de proveer las necesidades de la familia.

Porque, si no se corrige esta mala práctica, seguiremos reproduciendo generaciones de dependientes emocionales y económicos, y condenando a nuestros adultos mayores a una vida de cansancio eterno y de no cambiar esta práctica, jamás llegara una ley de la CSS que resuelva la economía de un jubilado junto con la carga de sus dependientes.

¡¡La jubilación es para vivir por uno. No para sobrevivir por otros!!

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