Por Julio Bermúdez Valdés

En siete días he perdido a dos amigos entrañables. El pasado cuatro de diciembre partía el abogado y periodista Octavio Amat Chong, consagrado jurista de la localidad, socio del bufete ARIFA y con quien mantuve una amistad productiva y fraternal por más de 20 años.

Lo conocí cuando era director de Panamá América. Había ocupado el cargo, de manera eficiente y combativa, desde 1994 hasta 2002.

Trabajé bajo su dirección el ultimo año que estuvo en EPASA, donde yo laboré por ocho años. De Octavio nos queda su puntualidad jurídica, su responsabilidad periodística, el cariño hacia sus hijos y la fraternidad hacia sus amigos.

También su personalidad sencilla y amable, coronada siempre con una sonrisa de buen hombre, de la que achican los ojos, de hermano fraternal y su preocupación constante por los cruciales temas del país. Pero sobre todo una valentía sin histrionismos ni maquillajes, una de esas características que se cumplen porque sencillamente es lo correcto.

De amplo bagaje cultural, Octavio Amat era un chiricano orgulloso que escudriñaba el mundo con lupa crítica, con el aporte de todo ser humano preocupado por el rumbo de la humanidad.

Este lunes 11 de diciembre asistimos a una de las varias misas que se organizaron en su nombre, en la Iglesia de Santa Marta de Alto del Chase. Una concurrencia amiga celebró su vida, como la de un hermano querido y apreciado…y era cierto, Octavio se había ido, pero debo confesar que en aquel ámbito de respeto y remembranzas percibí su presencia con el mismo carácter apacible y amical que lo caracterizó en vida.

Tuve la sensación de que andaba por ahí, dándole las gracias a las amistades, y a sus hijos… Seis días después, el domingo en la tarde Lucho Morgan me anunciaba que en horas de la mañana nos había dejado el también abogado Henry Brian, un hombre lúcido y pragmático, amigo de los amigos y a quien conocí en mayo de 1972, en las filas de la Federación de Estudiantes de Panamá.

Eran los años de los debates acuciosos sobre temas humanistas, de soberanía o derechos sociales. Uno de esos dias el asunto fue el racismo, casi siempre centrado en el color de la piel, pero este negro sabio no se dejaba llevar por esas máscaras que casi siempre hacen que los debatientes se enfoquen en nimiedades, que miren el árbol en lugar del bosque, que se fijen en la manta y no en las causas.

Recuerdo que Henry nos puso en tierra, al señalar que no se trataba de un tema de la piel sino de una sustentación económica. Categórico y tenaz, polémico solo cuando el debate era productivo, siempre remataba con aquello de “… no comas cuento, no es lo mismo un negro anónimo del Bronx, que Sammy Davis Junior o Michael Jackson”.

Orgulloso y jodedor, refleja en la piel y en las palabras su orgullo por Mandela o Angela Davis, pero de igual manera por Jacques Cousteau o Neil Armstrong o por la pluma de Tristán Solarte.

Fue por muchos años el primer Defensor del Pueblo en la provincia de Bocas del Toro, de donde era y donde acababa de morir. En los últimos años padeció las consecuencias de uno de esos derrames, que soportó con el estoicismo y la tranquilidad con que siempre miró la vida.

” ¡ey! ¿si de todos modos va a pasar, para qué te molestas?”. En abril de este año lo visité en su casa de Changuinola. Me honró con su amistad, porque según me dijeron después llevaba meses sin recibir a nadie. A mí, sin embargo, me recibió de inmediato… claro, después de 51 años de amistad no éramos amigos, éramos hermanos.

Hasta luego Henry, allá nos volveremos a encontrar, entre debates, abrazos y risas. (JBV)

Comparte

Write A Comment