Con Juan José Ramos

A mi llegada de Darién el viernes en la noche, escuche comentarios de algunos operadores políticos en medios de comunicación tradicional y redes sociales, satanizar una invitación del Presidente Mulino a los Diputados y sin ser yo un experto en Ciencias Políticas o en Relaciones Gubernamentales, me propongo aquí expresar mi opinión ya que en un país como Panamá, cuya democracia ha madurado con desafíos propios de una sociedad en constante transformación, la imagen de un convivio entre Diputados de distintas bancadas y el Excelentísimo Señor Presidente de la Republica José Raúl Mulino, en un restaurante de la localidad, va más allá de un simple encuentro social. Es en efecto para mí, un gesto político de muy alto valor simbólico que merece destacarse por su impacto potencial en la gobernabilidad, el dialogo institucional y el fortalecimiento de la democracia.

Hoy, en nuestra hermosa tierra istmeña, vivimos tiempos en los que la desconfianza hacia las instituciones, el bullerengue político y la polarización ideológica han marcado de forma recurrente la dinámica entre el Ejecutivo y el Legislativo. Por eso, según mi perspectiva de la verdad, considero que resulta refrescante y estratégico que, sin perder de vista el respeto a la separación de poderes, los actores políticos de nuestra democracia representativa encuentren espacios informales para humanizar el debate, tender puentes y, sobre todo, generar un clima de trabajo colaborativo.

La camaradería que veo en este encuentro no debe confundirse con complicidad, ni la cortesía con complacencia. Los diputados, como representantes del pueblo, tienen el deber de fiscalizar y debatir, mientras que el presidente tiene la responsabilidad de ejecutar y liderar. No obstante, cuando ambos poderes se reconocen como aliados institucionales en el objetivo común de servir al país, la política se dignifica y nosotros los ciudadanos nos beneficiamos.

En nuestro Panamá de hoy, que todo se sataniza porque “boga o porque no boga,” el convivio del que se habla es el mejor ejemplo de que la política también se construye en los gestos sencillos, en los pequeños momentos, en el arte de escuchar sin micrófonos, en dejarse tocar la humanidad, sin taquilla, de entender los matices, de buscar coincidencia más allá de las diferencias partidarias y esta dinámica se convierte en “puente que une.” Estoy convencido que la comunicación fuera del hemiciclo puede abrir puertas que el discurso acalorado en los distintos foros de deliberación muchas veces se convierte en “rio que divide.”

José Raúl Mulino ha mostrado, con este tipo de acercamientos, una apertura que puede ser clave en los meses por venir. Gobernar implica articular voluntades y eso se logra con dialogo genuino, no con imposiciones. Por su parte, los diputados, al acudir con actitud propositiva a este tipo de encuentros, demuestran que el interés nacional esta por encima de las agendas particulares.

Nosotros los ciudadanos creemos conveniente, que estos gestos deben traducirse en resultados concretos en cuanto a consensos legislativos, reformas estructurales, políticas publicas eficaces. Pero nada de eso será posible si no se abona primero en el terreno de la confianza. Y en política, como en la vida misma, la confianza se construye con presencia, escucha y respeto mutuo.

No puedo terminar mi articulo de mi perspectiva de la verdad, sin señalar que esta reunión no debe verse como un simple almuerzo entre figuras públicas, sino como un recordatorio de que la democracia se fortalece cuando sus actores dialogan a cuatro ojos, cooperan con calor humano y conviven como adversarios políticos y, no como enemigos. Panamá y, “que viva, viva Panamá,” necesita madurez institucional y esta madurez a la que apelo de todos ustedes mis amados y queridos lectores, empieza, muchas veces, con un apretón de manos, un comentario jocoso fuera del foco de las cámaras de los medios tradicionales y lejos del radar del lente de las redes sociales, es decir sin taquilla y sabiendo que todos somos mortales.

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